20060420

Decisión Electoral

Tomado de El Nacional del 20/04/06

Decisión electoral

Ramón Piñango

Lo que realmente divide a la oposición es la apreciación sobre la disposición del régimen a mantenerse en el poder a como dé lugar. Cualquier otra consideración es secundaria. Engancharse en pleitos sobre si debe haber uno o varios candidatos, sobre la conveniencia de que un candidato único sea seleccionado por aclamación, acuerdos políticos, encuestas o elecciones primarias, tiene sentido sólo si existe la convicción de que la vocación hegemónica de quienes detentan el poder no afectaría la limpieza del proceso electoral.

Hay quienes creen —yo me incluyo— que el talante dictatorial del régimen determina su manera de concebir la lucha política.

Estamos ante un proyecto revolucionario que se considera redentor de las masas desposeídas, salvándolo de las perversiones de sus clases dominantes que utilizan la lógica burguesa de la democracia formal, para frenar ese proyecto. Al respecto, la última arma de las fuerzas reaccionarias es el argumento de unas elecciones limpias que expresen la voluntad popular, voluntad que sería alterada a punta de dinero, de compra de conciencias, de manipulación mediática para embutirle a un electorado inocente un candidato que nos devuelva a la cuarta república.

En contraste con esa apreciación que muchos tildarían de pesimista, hay otra que considera posible tener comicios confiables, que, en realidad, hasta ahora el Gobierno no ha cometido ningún fraude electoral —por lo menos ninguno que haya alterado la voluntad popular—, que el Gobierno cree que puede ganar las elecciones fácilmente y que no va a perder la oportunidad de legitimarse ante el país y la comunidad internacional. De acuerdo con esta manera de ver las cosas lo que hay que hacer es escoger un candidato único y lanzarse en campaña para ganar el apoyo de las mayorías.

Dígase lo que se diga, todas las argumentaciones y propuestas giran alrededor de esas dos maneras de percibir la realidad política.

Ninguna de las dos posiciones es cómoda, y los defensores de una u otra apreciación hacen serias acusaciones a quienes piensan en forma diferente. Quienes no creen en la posibilidad de elecciones confiables son acusados de temer una derrota electoral y de soñar con la salida expedita de un golpe de Estado. Quienes consideran que es posible tener comicios limpios son tildados de ingenuos o de tontos útiles para las más oscuras intenciones del Gobierno.

En definitiva, estamos en una situación en la cual la oposición se debate entre el abstencionismo y el votacionismo. Ambas posiciones tienen sus riesgos: el abstencionismo nos puede llevar a locos golpes de Estado como el “carmonazo”, que sabemos como comienzan pero no cómo terminan; el votacionismo puede constituir una efectiva manera de redondear el montaje de la farsa electoral que el régimen desesperadamente necesita para legitimarse por largos años.

Lo menos que podemos hacer es exigirle a quienes lideran una u otra posición que tengan plena conciencia de los riesgos en los cuales están incurriendo. Sorprende la seguridad y tranquilidad con que opinan los líderes políticos en materia tan delicada como la de ir a elecciones o no.

Sea cual fuere la posición que se sostenga, hay que exigirle el mayor realismo al liderazgo. No podemos seguir alimentando ilusiones sin ninguna base. Lo más sensato hoy es plantear condiciones mínimas para ir a elecciones, abrir un compás de espera para que esas condiciones se materialicen y, si ello no ocurre, retirarse a tiempo de la contienda electoral, retiro que debe realizarse en forma unánime, concertada y contundente. Parte importante de los grupos políticos parecen compartir esta posición. La situación, sin embargo, no es tan sencilla. Lo que unos consideran condiciones claras, para otros son exigencias extremas e irreales. Por ejemplo, a muchos nos parece que la integración del CNE es una condición necesaria para confiar en los comicios, por lo que en pocos días sabremos si esa condición se hará realidad.

Para otros, incluso un CNE favorable al Gobierno no cierra las posibilidades de limpias elecciones, porque siempre se puede negociar y, quién quita, de repente se conceden otras condiciones a la oposición. Puestas así las cosas, el optimismo más sólido se resquebraja. Por el camino que vamos es fácil imaginarse un octubre, incluso un noviembre, pocos días antes de las elecciones, con un debate oposicionista encendido acerca de la conveniencia de ir a elecciones. Es muy probable que ello ocurra porque unos cuantos dirigentes políticos y líderes de opinión consideran que el que haya elecciones limpias dependerá, ante todo, de la insistencia de la sociedad civil la cual podrá imponerse al proyecto autoritario del gobierno. Ojalá estos buenos deseos se hagan realidad aunque no parezcan tener base.